jueves, 3 de marzo de 2011

Compensación o castigo por mi ausencia de ayer

Como ayer me conecté tarde y me entretuve buscando pavadas por el cybermundo, en compensación o suplicio de quien se atreva a leerlo, publico dos veces (2 veces como estás leyendo) este día. Para rematarla y asegurar como uno de los nuevos signos del apocalipsis que nos aguarda el año próximo, en esta ocasión, tte dejo un pobre relatito mío, nada original. Pero aprovechá, es en serio, los mayas viste que tienen la perspectiva de que en 2012 este mundo hace caput y viene otro... Eso le dijeron al brujito maya y a unos cuantos más pero somos muchos los que sabemos que quienes publicamos irregularmente en nuestros blogs también contribuimos a acelerar este proceso. Quién sabe, capaz tanta alaraca para seguir como siempre... Ah, otra cosa, los mayas no dijeron (porque creyeron que a estas alturas ya la tendríamos sobreentendida) es que la nueva era la haremos nosotros.
Bue... ¡basta de cháchara! A sufrir, digo, a leer.

Gris

Hubo un tiempo donde el mundo tenía colores definidos y no había mezclas. Esta situación era más notable en los blancos y negros, tonos que muchos no consideran colores propiamente dichos. Esa definición llegaba al extrremo de que cada color tenía su zona, es decir, había regiones totalmente blancas, regiones totalmente negras, únicamente verdes, exclusivamente azules…
Y aquí no terminaban los compartimientos delimitados. También ocurría con las gentes. Donde había bondad ni una sombra de malicia tenía cabida. Donde habitaban gentes pérfidas sólo la perversión reinaba. Así, quien era bueno no podía dañar ni a su peor enemigo. Quien era malo ni a su prole amaba y dedicaba todo su desdén a cada cosa, ser, sentimiento o, para resumirlo, a todo lo que se cruzaba en su camino.
Llegó un día en que hubo tonos intermedios y, para no romper la armonía, también las personas dejaron de ser extremistas en su esencia. Todo empezó de a poco, aunque los cambios fueron radicales y contundentemente bruscos.
Una mujer de mala entraña se despertó un día con una rara sensación: le agradó el calor del sol y le regocijó la fragancia del parque cercano a su casa. Hasta esbozó una leve sonrisa pero se cuidó de que sus tan igualmente malignos vecinos no se dieran cuenta.
En realidad ella siempre había sentido que algo estaba fuera de lugar, quizás su propio ser. ¿No era tan mala entonces? De eso todavía no estaba convencida.
Ese mismo día, en la zona poblada por los bondadosos, un hombre se despertó como siempre pero se molestó muchísimo con su vecino que había dejado su carro bloqueando el portal de su casa. No dijo nada sintiéndose culpable por la mácula de maldad que se había hecho sitio en su ser, algo realmente extraño.
No se sabe a ciencia cierta cómo fueron a coincidir aquel hombre (que hoy tomaríamos por buenudo) y aquella mujer (una verdadera arpía) en el mismo camino. Se miraron. Él con simpatía, aunque prefiriendo no haberse cruzado con nadie; ella con altivez pero extrañamente alegre de encontrarlo.
Tampoco es sabido cómo ellos se decidieron a hablar… Tan identificados estaban el uno con el otro que se miraron espantados.
--¡No puedo congeniar con vos! Eso es aberrante, me hace malo. ¿Cómo puedo ignorar lo que me rodea, cómo seguir mi camino sin importarme los demás? –se escandalizó el joven.
--¡No me digas! Con las ganas que tenía de ser una santurrona… Pero si yo no estoy mejor, ¿de qué va a servirme aprennder a pensar en otros si me perjudica? –ironizó ella.
Ese encuentro les dio mucho que pensar esa noche. Ella sintiendo que se volvía una estúpida sentimental, él creyéndose ya una lacra en proceso.
De pronto, ambos supieron la respuesta: el mundo cambiaba, se equilibraba. Estaba en ellos seguir donde estaban sin adaptarse a su entorno o resolver hacer rancho aparte…
Corrieron el uno hacia la otra y acordaron partir de sus regiones respectivas, no Shin antes indagar si había más personas que, al igual que ellos, no encontraban satisfacción en los extremos.
El éxodo fue importante, legiones de gentes que abandonaban la perfidia, que dejaban la perfección insufrible.
El pintor sonrió ante su lienzo y se dijo:
--Finalmente son humanos.

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