viernes, 19 de agosto de 2011

Dioses: crueles, divertidos o simplemente divinos

En la fantasía épica, los dioses juegan un papel más que decisivo en muchas historias. Valga recordar a Ilubatar, padre creador de todo en el mundo de Tolkien, los sartán o patrin en “El Ciclo de la Puerta de la Muerte”, la tríada de dioses superiores en Dragonlance con Thakisis, Gilean y Fizban, en la obra de Weis y Hickman, entre otros.
En “El Ciclo de la Puerta de la Muerte”, dos especies de dioses, los sartán, que vienen de la luz, y los patrin, los ambiciosos dioses que vienen de la oscuridad, se enfrentan por dominar el mundo donde deberían protteger a los mensch (humanos, elfos y enanos que, si bien desarrollan diversos tipos de magia, son sencillamente inferiores, según ambas castas divinas).
En ese enfrentamiento, aparentemente han triunfado los sartán que logran confinar en el Laberinto a los patrin. Ese es el castigo que esperan los aleccione y corrija su naturaleza cruel y egoísta, al verse obligados a pasar peligros y permanentemente estar en movimiento en esta prisión que les pone trampas a cada paso.
Y es un triunfo aparente pues han tenido que ejercer un poder mágico tal que el mundo se ha dividido en cuatro:
Ariano, el mundo del aire, donde, por primera vez se cruzan Haplo, el joven patrin destinado a preparar el terreno para el regreso de sus pares, y Alfred, quien es el último de los sartán en este mundo;
Pryan, el mundo del fuego, donde Haplo comienza a notar lo extraño de no encontrarse cara a cara con sus enemigos ancestrales y el deterioro de las condiciones de vida mensch;
Abarrach, el mundo de piedra, un mundo casi muerto, de los nigromantes, donde se devela el último pecado que los sartán no deberían cometer y les permite continuar sobreviviendo en un sitio destinado a ser su tumba;
y Celesta, el mundo del agua, donde hacen su aparición las serpientes dragón, opuestas a los dragones de Pryan, y Alfred se manifiesta con un poder que no sabe siquiera él que posee.
Esos encuentros y desencuentros entre Alfred y Haplo están marcados por los viejos rencores y por la lucha de poderes que entre ambos géneros de dioses se entablan. Los sartán, como dueños de la luz, sienten que han de corregir el mal camino de los patrin para preservar a los mensch y los patrin, por su parte, considerando que los sartán simplemente no aceptan su superioridad, pelean por recuperar un dominio total sobre los mundos que se ahn salido de control, al igual que el Laberinto vivo y letal.
Ilubatar, también llamado Eru, no tiene batallas con pares sino con quienes serían sus subalternos o partes de sí mismo. Quién primero se rebela es Melcor o Melko que ambiciona siempre crear algo más extraordinario que sus hermanos aynur, luego Valar. Para decirlo poco elegantemente, sería como una versión en lo tolkeniano de Lucifer. Y yendo hacia la historia de “El Señor de los Anillos”, Sauron, precisamente, está un peldaño más abajo que Melcor, dado que es un maya, servidores de los Valar.
Sauron se erige en dios maligno pero no tiene entidad de tal, así como no la tenía Melcor. Y es que Sauron, aunque había acumulado poder con los años, tenía la gran limitación de haberlo depositado a un soporte físico como el Anillo de poder. Y Gandalf y Radagast, así como Saruman son tan mayar como el mismísimo Sauron.
En Dragonlance una vez más los dioses se disputan el mundo. Los elfos, humanos y enanos están atrapados en un enfrentamiento que les exige ponerse de un bando o del otro; incluso, deben luchar juntos para evitar males mayores.
Los tres hijos de Caos, en importancia, son:
Fizban o Paladine, simbolizado en los dragones de colores metálicos, es el dios del bien. Gilean, Astinus de Palanthas, es el dios de la neutralidad que se dedica a recopilar la historia de Crim y no intervenir en acontecimmiento alguno (aunque le es algo muy difícil puesto entre sus hermanos). Thakisis, diosa del mal, no duda en traicionar descartando fraternidades y a sus siervos más fieles, los dragones de colores, esos cinco que ella misma posee en su forma más espeluznante. Como el dragón de cinco cabezas y de todos los colores y de ninguno.
Capítulo aparte y, hago mea culpa porque recién lo recuerdo, merece el mago Raistlin Majere que hizo el intento de convertirse él mismo en dios (metamorfoseándose en Fistandantilus, el señor del tiempo),a costa de sacrificar la salud y hasta a su propio gemelo Caramon, siempre su fiel protector. Es quizá ese amor el que tuerce su destino… Esas interpretaciones quedarán a su gusto.
No sé si me quedó divino el post pero ya voy cerrando y en próximas ocasiones seguimos con esta teología fantástica.

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